|   | 
		
			
		 | 
		  | 
		
			
				
					  
						 
						8. NOVALIS, el poeta como
						“egregio Extranjero” 
						 
						La figura de Friedrich von Hardenberg (1772-1801) es considerada como la representación
						genuina de los llamados temprano-románticos (Früromantiks), un
						movimiento que intentó mediar entre dos mundos: el de los ilustrados y los
						propiamente románticos. En nuestro autor encontraremos rasgos de ambos, y
						las aparentes contradicciones y sus intentos de reconciliación dificultan
						la tarea de apropiarnos de su identidad espiritual. En una primera etapa es partidario
						de la Revolución Francesa, como Schelling y Hegel, y posteriormente se aleja
						de ella por los excesos del Terror, también como ellos. El ensayo de Hardenberg,
						La cristiandad o Europa, publicado en el periodo de la Restauración,
						ha sido juzgado como un escrito obscurantista y reaccionario. Nosotros no atenderemos
						a estos aspectos, sino que nos ocuparemos fundamentalmente de su tarea como poeta
						y como novelista, que es una prolongación de la anterior.  
						Pertenecía a una antigua familia de Turingia, y algunos de sus biógrafos
						aseguran que Novalis es el nombre de lejanos antepasados y que lo escogió
						como seudónimo porque su resonancia le satisfacía. Esta palabra se
						corresponde armoniosamente con Atlantis, el mundo perdido de una soñada Edad
						de Oro, en la que reinaba la alegría, el conocimiento y la belleza.  
						La conocida reproducción del rostro de Novalis tiene unos ojos inmensos, tal
						vez reflejen el asombro producido por la contemplación interior de ese mundo
						misterioso que el poder de su imaginación creó. Su quehacer poético
						él mismo lo describió como una “elevación del ser humano
						por encima de sí mismo” , superarse a sí mismo es el acto supremo,
						“el gran fin de todos los fines”. Todo lo material puede ser transformado en signo,
						en manifestación de la vida del espíritu. los actos de la vida y del
						pensamiento deben irse modificando en este sentido de elevación, hasta lograr
						la soberanía sobre lo existente, y su proyecto de saber enciclopédico
						así lo confirma. Pero no tuvo tiempo, su muerte prematura a los veintinueve
						años fue el primer obstáculo a la omnipotencia de su pensamiento, tan
						en consonancia con sus contemporáneos idealistas románticos. Esta aspiración
						al saber supremo, y la inverosímil longevidad que ello exigiría, se
						contradice con su vocación por la muerte, no enteramente provocada, pero sí
						hecha posible y urgente por la muerte de su prometida Sofía von Kühn,
						a la edad de quince años. 
						Novalis se sintió como un huésped de paso en el “Reino de la Luz”,
						que concita todas las fuerzas del universo: del astro, la piedra, la planta, el animal
						y también el hombre. Aunque éste es el único capaz de reconocer
						su situación de extranjería en este ámbito y su pertenencia
						al “Reino de la noche”: “La sacra, indecible, misteriosa Noche”. La figura del egregio
						Extranjero está encarnada fundamentalmente en el poeta, tanto el hombre de
						carne y hueso que fue, como el que aparece como protagonista en sus escritos. Ya
						al inicio de los Himnos a la Noche este personaje cobra conciencia de sí
						mismo al levantar el vuelo de su espíritu atraído por los ojos infinitos
						que le abre la Noche, la “Reina del mundo, la gran anunciadora de universos sagrados”.
						También en su novela Enrique de Ofterdingen aparecen continuamente
						extranjeros: los guerreros Cruzados, Zulima la oriental, el minero, el eremita, etc.
						Y en cada uno de estos encuentros, el joven Enrique va percibiendo la apertura a
						nuevas realidades, sin poder detenerse en ninguna, aunque ninguna menosprecia y con
						todas se regocija. Sin embargo, no va a las Cruzadas, ni se queda a vivir con los
						mineros, ni siquiera en compañía del viejo eremita que le muestra en
						unos enigmáticos dibujos su futuro. Su peregrinar hacia lo lejano tiene una
						culminación, llegar a ser poeta, más aún, sacerdote de la Poesía
						y adquirir la suprema sabiduría en la síntesis de luz y noche, vida
						y muerte, como superación de todas las contradicciones aparentes que se disuelven
						en la Unidad.  
						 
						8.1 “Idealismo mágico”: microcosmos y macroanthropos 
						En la obra de Novalis se realiza el ideal romántico de la síntesis
						absoluta y de acceso al santo Todo. Es la expresión de sentir y creerse centro
						del universo, un todo idealizado en el que no tienen lugar las escisiones y contradicciones
						del mundo de lo real.  
						Para poder interpretar sus escritos es necesario sumergirse en el mundo de los románticos,
						hacer la reconstrucción del complejo vital e ideológicao, tal como
						proponía Dilthey. Como esta reconstrucción ya se hizo en capítulos
						anteriores, sólo recordaremos algunos autores que influyeron en nuestro poeta.
						El filósofo Schelling proyectó su filosofía como una “odisea
						del espíritu”: en el principio el espíritu formaba un todo con la naturaleza,
						después se produce una ruptura (la escisión es el origen del filosofar),
						y al final de la trayectoria el espíritu retorna a la unidad perdida, a la
						Ítaca fundacional. En la obra de arte se expresa el anhelo de reconciliación,
						especialmente en la poesía. 
						Schelling fue considerado el maestro del llamado “Círculo de Jena” del que
						formaban parte Novalis, los hermanos Friedrich y August Schlegel, y Dorotea (con
						la que se casará el primero). Se conserva una carta (de 1792) del primero
						de los hermanos al segundo en la que declara su admiración por Novalis, recién
						llegado al círculo: “El destino ha depositado en mis manos a un joven que
						puede llegar a serlo todo. (...) Es un hombre muy joven todavía, de talla
						esbelta, porte distinguido y un rostro de rasgos finos donde sus ojos negros adquieren
						una expresión magnífica cuando habla apasionadamente, con una fogosidad
						indescriptible, de alguna cosa bella; habla tres veces más deprisa y el triple
						que nosotros, mostrando la más viva inteligencia y la comprensión más
						abierta”.  
						También conoce a Fichte, cuyo “idealismo absoluto” modificado en algunos aspectos,
						será el fundamento del llamado “idealismo mágico” de Novalis, del que
						en seguida hablaremos. Y a Schiller (al que se denominaba en la época “príncipe
						de la juventud”) del que fue discípulo y cuya elocuencia le deslumbró
						y al que probablemente debe su vocación poética, al profundizar en
						el conocimiento de los clásicos griegos. Y, por supuesto, es deudor de su
						concepción de una pedagogía estética, que al educar los sentimientos
						constituirían el fundamento de su programa estético-político
						de emancipación de la humanidad, como aparece en las Cartas para una educación
						estética del hombre de Schiller. Con sus ejemplos, lecciones y
						poemas, el autor de Wallenstein suscitaba en el joven Novalis una necesidad
						imperiosa de realizarse heroicamente. Según la opinión del crítico
						literario y especialista en el romanticismo Marcel Brion fue esta decisiva influencia
						la que determinó su cambio de orientación (más que la decepción
						amorosa por la muerte de Sofía, a la que se suele atribuir) y despertó
						en nuestro poeta el deseo de hacerse soldado.  
						Si tenemos en cuenta que la carrera militar era tradicional en la antigua familia
						Hardenburg, y que su propio padre lo fue, no es de extrañar que se forjara
						una “mística de la guerra”, a la que se atribuían virtudes redentoras,
						tal como aparece en su obra novelada Enrique de Ofterdingen, ya citada. Muchos
						jóvenes alemanes, no sólo de la época que estamos considerando,
						sino de todas las épocas, compartieron esta mística, como sabemos por
						los escritos de Ernst Jünger, militar que participó en las dos Guerras
						Mundiales.  
						Otra influencia que hemos de considerar en Novalis es la de los llamados “filósofos
						de la naturaleza” (tratada también en capítulos anteriores), que consideraban
						el universo como un organismo animado y en continua transformación, en el
						que los individuos nacen y mueren, pero aparecen armónicamente reunificados
						en el seno del Todo. Werner es uno de ellos, defensor apasionado del neptunismo,
						que consideraba que todo procede del agua, el cual enseñaba mineralogía
						y estructura de los cuerpos sólidos y fue su profesor cuando estudió
						en la Bergakademie de Freiburg, por recomendación de su padre, que
						deseaba que se ocupase de su negocio de salinas, como finalmente hizo. No sólo
						para Novalis, sino para otros discípulos eminentes como Steffens y Baader,
						Werner fue un maestro, una especie de guru o guía del camino en el
						progreso espiritual, al mismo tiempo que científico; ya que era capaz de transformar
						las más áridas enseñanzas en fulgurantes iniciaciones a los
						más sublimes misterios de la naturaleza. Novalis también estuvo influenciado
						por Ritter, que hizo de la física una mística y una ciencia esotérica,
						cuyas teorías sobre el galvanismo incorporó a su obra. En ella encontramos
						expresiones tan curiosas como “física espiritual”, “música química”
						o “fisiología poética”.  
						Para reconstruir el entramado de las influencias o fuentes espirituales de nuestro
						autor, no podemos dejar aparte su mística, que enlaza con toda la tradición
						occidental, desde los Eléatas hasta el maestro Eckhart; la fascinación
						que los alienta es la búsqueda de la Unidad. Ya fuese el Ser uno, eterno e
						inmóvil, al que ya Parménides identificó con el pensamiento
						(“lo mismo es el pensar que el ser”), o dios mismo, ya que los místicos de
						todas las religiones siempre han anhelado la fusión con la divinidad. Hay
						que citar también al visionario Böhme, que exponía una concepción
						del mundo próxima a los alquimistas, entramado de energías telúricas
						y celestes que permiten al vidente dilucidar los enigmas del mundo. 
						Probablemente no es adecuado hablar exclusivamente de influencias, ya que puede tratarse
						también de un fenómeno de ósmosis cultural o de coincidencias
						en el modo de sentir y pensar del poeta con sus contemporáneos.  
						 
						*** 
						Con las anteriores consideraciones ya estamos en disposición de hablar del
						proyecto novaliano del “idealismo mágico”, que no aparece desarrollado in
						extenso en ninguna de sus obras, aunque puede irse rastreando en todas ellas,
						sobre todo en Allgemeines Brouillon (Borradore), textos fragmentarios
						que rondan las 350 páginas. El “Fragmento” es entendido por Novalis como género
						literario en el cual la argumentación y la sugerencia están unidos
						y tienen una gran eficacia comunicativa.  
						Eustaquio Barjau, excelente traductor y prologuista de los dos textos de los que
						nos ocuparemos, Himnos a la Noche y Enrique de Ofterdingen, recomienda
						atender a las dos palabras que constituyen el rótulo “idealismo mágico”.
						El término idealismo, tan común en las filosofías de la época,
						está referido concretamente al pensamiento de Fichte, para el cual fuera del
						Yo no existe nada. “Fichte -dice Novalis- lo sitúa todo en el interior”, sólo
						el Yo es real, el no-Yo (todo lo que está fuera del Yo) no existe sino por
						una decisión del Yo que lo pone. Sin embargo, el idealismo de Novalis tiene
						que ver con la relación del hombre con el Universo, que está fuera
						de él y que lo capta por medio de la “intuición intelectual”. Esta
						facultad de la intuición, cuando es usada por el poeta se convierte en un
						éxtasis (del griego ek-stásis, que significa “salir fuera”).
						El sujeto sale de sí mismo y se proyecta activamente sobre el objeto de conocimiento.
						Esta capacidad del ser humano de actuar sobre las cosas, transfigurándolas,
						tiene que ver con el segundo término: “mágico”. “El mundo tiene una
						capacidad originaria para ser transformado por mí”, dice, de manera que el
						proyecto que tenemos del mundo coincide con el que tenemos de nosotros mismos. ¿Por
						qué? Porque entre el ser humano y el Universo existe una relación de
						analogía, porque llevamos el Universo dentro de nosotros: microcosmos y
						macroanthropos en perfecta analogía y correspondencia proporcionales.
						El hombre es una réplica del cosmos y éste es una imagen del hombre.
						“Soñamos con viajar por el espacio cósmico: ¿acaso no está
						en nosotros? (...) En nosotros o en ninguna parte se encuentra la eternidad, con
						sus mundos, lo pasado y lo futuro”, son sus palabras en el Fragmento 16. La
						intuición intelectual no es, pues, una aprehensión pasiva de lo que
						está fuera del sujeto, sino una intervención activa sobre las cosas
						del Universo. La magia es el poder de actuar sobre las cosas, a voluntad del mago;
						en el caso del poeta es el poder de imponer la idea, el espíritu sobre la
						materia, espiritualizar el cosmos. El principio del idealismo mágico es: “Hacer
						de las cosas ideas y de las ideas cosas”. Por ejemplo,en la narración Los
						discípulos de Saïs hay un pasaje en el que se habla del “lamento
						de los objetos”, los cuales sufren por la brutalidad e indiferencia con que los tratan
						los hombres. 
						Decíamos que en esta época convulsa y creadora filósofos, poetas,
						filósofos de la naturaleza y magos están guiados por un anhelo de búsqueda
						de la Unidad. Sin embargo, hay una diferencia importante en Novalis, ya que su obra
						no está concebida desde la perspectiva de la trayectoria que conducirá
						a la Unidad, sino que parte de la Unidad misma. Si el microcosmos (humano) y el macroanthropos
						(el Universo) se corresponden y resuenan mágicamente el uno en el otro es
						porque cada hombre se siente Uno con el Todo. Esta relación de armonía
						es descrita por Novalis con el concepto de Stimmung. Este término designa
						el acorde de un instrumento musical y también la disposición o humor
						del alma. En la unión de los dos sentidos de esta palabra tiene lugar el fenómeno
						del alma bien atemperada, en estado de Stimmung. Dice Novalis: “La palabra
						Stimmnung se refiere a las relaciones anímicas de carácter musical.
						La acústica del alma es aún un campo muy obscuro, pero quizás
						muy importante”. El Stimmungen es aquél cuya melodía y ritmo
						interiores está en perfecto acoplamiento y acorde con la melodía y
						ritmo universales: la figura del poeta y también la del filósofo. 
						Porque Novalis identifica Poesía y Filosofía, y sus estudios exhaustivos
						de los pensadores citados así lo demuestra. Pero creo que da un rango superior
						a la poesía, siendo el pensamiento filosófico el que nos enseña
						a realzar el valor de aquella. Oigamos sus palabras: 
						La poesía es la heroína de la filosofía. La filosofía
						eleva la poesía a la categoría de principio. Nos enseña el valor
						de la poesía. Filosofía es la teoría de la poesía.
						Nos enseña lo que la poesía es, que la poesía es el uno
						y el todo.  
						 
						8.2 El Evangelio de la Noche: reconciliación vida-muerte 
						Los Himnos a la noche (1797-99) son acaso el monumento literario más
						extraordinario de negación o no aceptación de la realidad y refugio
						en el plano de lo ideal. El hecho que los motivó fue la muerte prematura de
						la amada Sophie (Sophía, “sabiduría”) a la que sobrenaturalizó
						y transformó en la figura de un absoluto puramente espiritual y eterno, ajeno
						al tiempo y superador de las limitaciones terrestres. Ella aparecerá como
						la Diosa-Madre o como el Ángel portador del mensaje que sólo Novalis
						creía poder entender, ya que a él iba dirigido para convertir su vida
						en un aprendizaje y noviciado de la Muerte y de la Noche. La Noche será, entonces,
						el lugar del conocimiento infinito y es necesario abandonarse a ella para recibir
						las iluminaciones y sueños proféticos que jugaron un papel tan importante
						en la vida y la obra de nuestro poeta. 
						Los Himnos son de una riqueza y complejidad tan extraordinaria que me limitaré
						a señalar algunos aspectos de cada uno de ellos; interpretación siempre
						limitada, pero abierta a otras nuevas lecturas, en sintonía con la “estética
						de la negatividad” (Adorno) cuyos presupuestos comparto. Para poder seguir este intento
						de interpretación es imprescindible tener presente el contenido completo de
						todos y cada uno de los Himnos. 
						El Himno I comienza con un esplendorosa obertura a la gloria de la Luz,
						 
						“dulce omnipresencia... que todo lo alegra”. Pero, a mitad del himno hay un
						giro abrupto, en el que introduce la primera persona:  
						 
						“Pero me vuelvo hacia el valle, a la Sacra, indecible, misteriosa Noche. Lejos
						yace el mundo -sumido en una profunda gruta- desierta y solitaria estancia  
						 
						En esta segunda parte del poema ya siente el egregio Extranjero (el poeta) la
						atracción de la Noche, sus tinieblas oraculares empobrecen la magnificencia
						del “reino de la Luz”. Lo que intuye el que se retrae a las profundidades del mundo
						de las tinieblas, no es la oscuridad que percibe el hombre vulgar, sino una luz
						diferente, luz negra que brindará alegrías a sus fieles. Otra manera
						de nombrar el “valle de la Noche”, espacio invertido del cielo de la Luz, es la “gruta”,
						tema recurrente en su obra, que puede representar el lugar sagrado donde aprendían
						los iniciados de todas las religiones. En Enrique de Ofterdingen el eremita
						sabio, alejado del mundo, vive en unas grutas donde guarda misteriosos libros de
						dibujos con poderes premonitorios.  
						Sofía, sacerdotisa de la Noche sagrada, es también su anunciadora.
						Con estas palabras termina el himno. 
						 
						...ella (la Noche) es ahora mi vida -tú (Sofía) me has hecho hombre-
						que el ardor del espíritu consuma mi cuerpo, que convertido en aire, me una
						y me disuelva contigo íntimamente, y así va a ser nuestra noche de
						bodas.  
						 
						Bodas, que al no haber sido realizadas en la tierra (ella murió cuando
						estaban prometidos), Novalis quiere celebrar (en su fantasía) en el espacio
						infinito y tiempo eterno de la Noche sagrada.  
						El Himno II, el más breve, es una preparación del III, el más
						importante. En aquél se ha creído ver un alegato antiilustrado, como
						pretendía serlo la serie completa. Comienza menoscabando el imperio de la
						mañana y advierte que  
						 
						“los días de la de la Luz están contados; pero fuera del tiempo
						y del espacio está el imperio de la Noche. -El sueño dura eternamente.
						Sagrado sueño.  
						 
						De la importancia de los sueños, que aparecen profusamente en todos sus
						escritos, alecciona Albert Béguin , cuya interpretación de los
						románticos es que los sueños son la manifestación de una realidad
						invisible y la expresión de una consciencia superior, accesible por medio
						de la magia poética y destinada a resolver las contradicciones de la vida.
						Novalis creía encontrar en los sueños enseñanzas sobre la naturaleza
						del hombre y del universo, transfigurados y unificados en el seno del Todo. Los sueños
						tienen poderes proféticos (como ya les atribuían también los
						griegos) porque son acciones del alma del mundo y, por analogía, el alma humana
						también puede actuar sobre la Naturaleza. Su tesis del microcosmos y macroanthropos
						vuelve a sernos útil en nuestra interpretación.  
						Decíamos que es un alegato antiilustrado porque aparecen contrapuestos la
						razón y la sinrazón (la locura), dándole a ambas significaciones
						invertidas a las del hombre común. La razón está representada
						por la figura del sabio, que confía en el sueño y se entrega el imperio
						de la Noche. La sinrazón la representan los “locos”, que desconfían
						de los sueños y desconocen la Noche. Por ese motivo no aceptan 
						 
						....la llave de la morada de los bienaventurados, de los silenciosos mensajeros
						de infinitos espacios. (Fin del poema)  
						 
						Para Novalis, los cuerdos y razonables son los oscuros hijos de la Noche, que confían
						en los sueños e irán a la “morada de los bienaventurados”, la Luz que
						los ilustrados defendían es respetada por los locos, reprobados en este himno.
						 
						El Himno III es el central porque contiene una experiencia clave en su vida.
						De ella habla en su Diario, el 13 de mayo de 1979, dos meses después
						de la muerte de Sofhie. Había ido, como cada tarde, al cementerio de Grünigen
						y ante su tumba, dice: 
						 
						Allí experimenté una felicidad indecible -momentos de entusiasmo, como
						relámpagos- vi cómo la tumba se disolvía ante mí como
						una nube de polvo -siglos como momentos- sentía la proximidad de ella - me
						parecía que iba a aparecer de un momento a otro.  
						 
						El himno es una transcripción lírica de sus notas del diario y una
						ampliación de su experiencia, transfigurada en experiencia mística.
						En el atardecer de ese día de mayo que se alargaba...llegó un escalofrío
						de crepúsculo y en esa hora incierta entre el día y la noche se
						rompió el vínculo del nacimiento y se rompieron las cadenas de la Luz.
						¿Se está refiriendo al cordón umbilical que aún le
						ligaba con la tierra y el mundo de los vivos? En ese momento su espíritu,
						libre de ataduras, nacido de nuevo, experimentó la luz negra de la Noche
						y la visita de la joven muerta 
						 
						En nube de polvo se convirtió la colina -a través de la nube vi
						los rasgos glorificados de la Amada. En sus ojos descansaba la eternidad -cogí
						sus manos, y las lágrimas se hicieron un vínculo centelleante, indestructible.
						Pasaron milenios, descendían huyendo a la lejanía, como huracanes.
						Apoyado en su hombro lloré, lloré lágrimas de encanto para la
						nueva vida. -Fue el primero, el único Sueño - y desde entonces, desde
						entonces sólo siento una fe eterna, una inmutable confianza en el Cielo de
						la Noche, y en la luz de este Cielo: la Amada.  
						 
						La colina de la que habla el poema es la tumba de Sophie, lugar de encuentro
						de los ámbitos de la Luz y de la Noche, de los vivos y los muertos. Y es en
						ese ámbito de intersección, la colina-tumba, el lugar donde aparece
						la Amada para acogerlo y guiarlo hacia una “nueva vida” eterna en el Cielo de la
						Noche Es casi imposible no pensar en la Beatriz de Dante, que le guiaba por los círculos
						del cielo. Los intérpretes de este himno se preguntan si la figura que ve
						Novalis es la de una aparecida. No creo que éste sea su sentido, sino
						que tendríamos que ver esa figura en el contexto de ideas novaliano en el
						que se han abolido las fronteras entre el “aquí” y el “allá”. Tal vez
						nosotros hoy tenemos la ilusión de que la luz del día define claramente
						las nociones de tiempo y espacio; pero para Hardenberg la Noche funde cualquier distancia
						y duración, poniendo de manifiesto la vanidad de nuestras concepciones intelectuales,
						que tratan de dividir el infinito, de fragmentar en porciones el tiempo y el espacio.
						En la lógica poética, en un instante pueden “pasar milenios”. 
						Los filósofos que Novalis estudiaba con devoción, de los que hablamos
						con anterioridad, empiezan a decepcionarle; de Fichte, por ejemplo, sabemos que se
						separó “por su frío intelectualismo”. Incluso los poetas románticos
						contemporáneos, aunque parecían fieles de este culto nocturno, consideraban
						la noche, todo lo más, como un asilo temporal para descansar y reconfortarse
						para su vuelta a la vida. Ahora se siente ajeno al filósofo y a sus compañeros
						poetas, porque Novalis, el Poeta Extranjero en el Reino de la Luz, necesita explorar
						otras realidades.  
						Importa poco la realidad material que hubo en este suceso de la aparición.
						Lo que importa, al intentar acercarnos al enigma de este poema, es que para nuestro
						autor fue un instante de videncia en el que recibe la máxima consolación,
						por su experiencia de reunificación con la Amada en el seno de la Noche, negando
						la evidencia del hecho fisiológico de su muerte. 
						En el Himno IV es donde surge, quizás por primera vez, el verdadero
						carácter hímnico de la obra. Lo que hasta el momento había sido
						meditación, se convierte en canto de alegría y acción de gracias.
						Ahora construye un mito o una religión en la que él se reserva un lugar,
						aquel en que se unifican la creación y la criatura, el individuo y el cosmos.
						Después explicará que su alusión al Santo Sepulcro, como ahora
						llama a la tumba, hace presentir que para él sólo contarán Sofía
						y Cristo, como se verá en el himno siguiente. ¿Qué tipo de “religión
						nueva” pretende construir? Una religión sincrética en la que se mezclan
						temas paganos y cristianos, un cristianismo ampliado con ideas del protestantismo
						hernuta que profesaba su padre. 
						Oigamos los versos finales, en los que rebosa la alegría propia de lo himnos.
						Con todo lo dicho acerca del autor, creo que no es necesario hacer una interpretación,
						dejemos que el canto sugiera por sí mismo. 
						 
						Camino al otro mundo 
						y sé que cada pena 
						va a ser el aguijón 
						de un placer infinito.  
						Todavía algún tiempo 
						y seré liberado, 
						yaceré embriagado 
						en brazos del Amor. 
						Infinita la vida 
						hierve dentro de mí: 
						miro desde lo alto 
						me asomo hacia ti. 
						En aquella colina  
						tu brillo palidece, 
						y una sombra te ofrece 
						una fresca corona. 
						¡Oh Bienamado , aspira 
						mi ser todo hacia ti;  
						así podré amar, 
						así podré dormir. 
						Ya siento de la muerte 
						olas de juventud: 
						en bálsamo y en éter 
						mi sangre se convierte. 
						Vivo durante el día, 
						lleno de fe y valor, 
						y por la noche muero 
						presa de un santo ardor.  
						 
						El Himno V comienza con una descripción de la “Edad de Oro”, tema común
						a los filósofos de la naturaleza y a la teosofía enseñada por
						Böhme, con quien Novalis se sentía identificado en su idea de que la
						naturaleza del hombre es revelación de Dios y espejo del mundo.  
						 
						En las grutas cristalinas retoza un pueblo próspero y feliz. Ríos
						y árboles, animales y flores tenían sentido humano. 
						 
						En la fiesta de los hijos del cielo y de los moradores de la tierra participan
						Eros y Afrodita:  
						 
						La sagrada ebriedad del Amor, un dulce culto a la más bella de las diosas. 
						 
						Pero esos hombres felices cometen el error de no reconocer a la Noche y de sentir
						la Muerte como un Mal. Por eso  
						 
						Huyeron los dioses, con todo su séquito - Sola y sin vida estaba la Naturaleza.
						 
						 
						En esa circunstancia desdichada aparece la figura de Jesús, “Niño en
						flor” y explica su nacimiento de una Virgen, y el mito de la estrella que guió
						a lo Magos de Oriente. Enseguida aparece el Cristo redentor, que muestra a los hombres
						que el camino de la vida ha de pasar necesariamente por la muerte, que es vida transfigurada. 
						 
						La Muerte nos anuncia eterna Vida  
						 
						Así Cristo, resucitado, una vez levantada la losa del sepulcro 
						 
						..te ven correr anhelante a los brazos del Padre, 
						llevando contigo la nueva Humanidad 
						el cáliz inagotable del dorado futuro.  
						 
						Con lo cual se experimenta una vuelta al principio, a una nueva edad de oro en
						la que no existe contradicción entre la muerte y la vida, la luz y la noche,
						el sufrimiento y la alegría. 
						El Himno VI y último es una conclusión de los anteriores. Es
						el único que tiene título, Nostalgia de la Muerte, y parece
						un estímulo a una partida definitiva, en reconfortante y resplandeciente serenidad. 
						 
						Dejó ya de atraernos lo lejano 
						queremos ir a la casa del Padre 
						(...).Debemos regresar a nuestra patria 
						este sagrado tiempo allí veremos.  
						 
						Es un canto de felicidad exaltada, de despedida y también de esperanza. Que
						concluye con los versos 
						 
						Bajemos a encontrar la dulce Amada, 
						a Jesús, el Amado, descendamos- 
						No temáis ya: el atardecer comienza 
						para aquellos que aman y se afligen. 
						U sueño rompe nuestras ataduras 
						y en el seno del Padre nos sumerge.  
						 
						8.3 Heinrich von Ofterdingen: ¿inversión de la “novela
						de formación”?  
						Los germanistas debaten si este escrito de Novalis pertenece, o no, al género
						de la Bildungsroman. La traducción de esta palabra, compuesta de bilden,
						que significa “formar” y también “edificar”, y roman, “novela”,
						indica un tipo de relato en el que el protagonista, a través de una
						serie de vicisitudes, va progresando en su formación espiritual hasta alcanzar,
						en la etapa de madurez, una concepción cumplida del ser humano y del universo.
						Así pues, el personaje literalmente “se hace” a sí mismo en el trayecto
						de su itinerario. Este tipo de “novela de formación” fue muy apreciada por
						los románticos y algunos ejemplos lo ilustrarán: Willian Lovel,
						Titan, Andreas Hartknopf, y un largo etcétera. Pero la más importante
						fue sin duda el Wilhelm Meister de Goethe, cuyo joven protagonista sale de
						su casa, impulsado por un deseo de saber y así vive una serie de experiencias
						diversas, acompañando a una compañía de teatro, después
						a un arpista o a la hermosa Mignon, para acabar sentando la cabeza y trabajando como
						médico, por el bien de la humanidad, en su pueblo natal. 
						El modelo que tenía in mente Novalis, al comenzar a escribir su obra,
						era el de Goethe, cuya admiración compartía con sus contemporáneos
						jóvenes. Pero a medida que la desarrollaba, acabó aborreciendo la concepción
						del mundo expuesta en el Meister, al que consideró el modelo de la
						anti-poesía por su defensa del ideal de la vida burguesa: conjunción
						de belleza y utilidad, cultura y vida práctica. Precisamente todo lo contrario
						de su personaje Heinrich, poeta de vocación, que propone el nacimiento de
						un Hombre Nuevo en una Edad de Oro recuperada. La Poesía será el vehículo
						que conduce al conocimiento y la vivencia de realidades, tanto del orden de la naturaleza,
						como sobrenaturales. Esas “verdades supremas” (sobre las que ironizó siempre
						Nietzsche) serán las relativas a la estructura del cosmos y a las trayectorias
						del espíritu, que habrán de influir en la existencia de los pueblos.
						Con estas consideraciones podemos concluir que su novela es una réplica, o
						un anti-Meister. 
						El héroe que proyectó, pero que no pudo llevar a término
						Novalis, hubiese sido capitán en la Italia medieval, después poeta
						en la corte de Turingia, amante y mago. En todas estas formas de vida parece mostrarse
						feliz al principio, pero más tarde va mostrando su insatisfacción,
						su impaciencia por correr en busca de nuevas metamorfosis. Pretendiendo escribir
						una inversión del Meister, podríamos decir que casi bosquejó
						un Fausto, (aunque en el momento en que escribía su Ofterdingen,
						para Goethe no era más que un proyecto) cuyo talante fundamental,
						después de cada logro, era también el de la eterna insatisfacción.
						 
						La novela que comentamos está inacabada, es una especie de planteamiento general,
						que no realizó porque murió a los dos años y esta obra hubiese
						exigido una vida entera. Por cartas a sus amigos sabemos que su pretensión
						era escribir una Biblia del hombre nuevo, una Enciclopedia y una Historia universal
						de la civilización, “la Summa, en fin, de sus aspiraciones históricas
						y filosóficas” , en la interpretación del ya citado Brion. 
						La novela tiene dos partes; en la primera, “La espera”, concurrimos al proceso
						de formación de Heinrich hasta el momento en que se siente maduro para la
						Poesía. En la segunda parte inacabada, “La consumación”, debía
						realizar su obra. Al comienzo es un hombre joven, aún un personaje con visos
						de realidad, de personalidad no formada, 'informe', lo cual le permite ser muy receptivo
						y maleable, dispuesto a dejarse influir por los hombres y las circunstancias que
						van apareciendo en su periplo por el mundo. Según sus biógrafos, Hardenburg
						tenía una idiosincrasia semejante. En la segunda parte ya no es una figura
						real, sino un mito, el mito que creó el propio Novalis de sí mismo
						y de su tarea como Poeta. Creyó realizar así su deseo de “vivir poéticamente”
						en su alter ego Ofterdingen.  
						El mito es de la misma naturaleza de los sueños, puesto que ambos se manifiestan
						por parábolas. Precisamente con un sueño comienza la novela, en el
						que aparecen muchos de los motivos claves de su obra. El sueño de la Flor
						Azul le ha sido sugerido al joven por el relato de un Extranjero - que
						ya vimos aparecer en su primer himno- que ha estado de paso en casa de los Ofterdingen
						y le ha sumido en dulces meditaciones relativas a la Edad de Oro. Al atardecer
						se duerme y sueña que atraviesa extraños parajes y desciende a una
						gruta formada por rocas también azules , allí se baña
						en las aguas lustrales de una fuente, que le purifican para poder contemplar,
						por fin, la mítica flor. Pero cuando quiso acercarse a ella 
						 
						Ésta empezó de pronto a moverse y a transmutarse (...) y sobre la
						abertura de la corola, que formaba como un amplio collar azul, apareció, como
						suspendido en el aire, un delicado rostro.  
						 
						El rostro del que habla es, naturalmente, el de su Amada Sophie, su guía
						y maestra de iniciación. Pero los padres, a los que desea hacer partícipes
						de su experiencia, se niegan a admitir el carácter iniciático de los
						sueños. La madre, prosaica y apegada a la tierra, los atribuye a la posición
						del cuerpo al dormir. El padre, artesano razonable y de espíritu positivo,
						ha enterrado en su inconsciente un sueño similar de una hermosa flor, pero
						de la que no recuerda el color, a pesar de la insistencia del hijo. 
						Me he extendido en este tema porque es el principio y el fin del itinerario de formación
						del protagonista. De la Flor Azul soñada, a la Flor Azul realizada en la segunda
						parte. En ella la Flor es la encarnación del Amor, en la trilogía Matilde-Sofía-Cristo,
						que por obra de la Poesía, transfigura todo lo real y lo devuelve al seno
						de la divinidad.  
						Una función semejante a los sueños juegan los cuentos premonitorios
						intercalados en el relato, como el de la princesa que desaparece de la corte y vuelve
						al cabo de un tiempo con su enamorado, que es también el poeta que canta ante
						la corte del rey el regreso de su añorada hija. Lo cantado por el poeta precede
						al suceso real. El comienzo de los cuentos en todas las lenguas: “Érase una
						vez” remite a unos tiempos indefinidos e infinitos, el in illo tempore que
						fijado en un determinado momento del tiempo, reconstruye los sucesos cada vez que
						la historia es contada, transformándola en un eterno y siempre posible presente.
						 
						El hilo argumental de la novela es escaso: la madre de Heinrich decide ir a visitar
						a su padre a Ausburgo y que su hijo de veinte años, que no ha salido nunca
						de los alrededores de su ciudad natal Eisenach, le acompañe. Cree que le sentará
						bien el viaje a ese hijo suyo del que no entiende sus prolongados estados de melancolía
						y ensueño. Así pues, se ponen en camino en compañía de
						unos mercaderes, que se convertirán en sus primeros maestros en ese viaje
						iniciático que acaba de comenzar.  
						En el trayecto irá teniendo otros encuentros con profesionales y estamentos
						diversos, que le ofrecerán sus experiencias y enseñanzas para conocer
						ese mundo que pretende atravesar. En las distintas peripecias del relato los iniciadores,
						que van apareciendo en los “momentos marcados por el destino”, tienen una función
						semejante a los jerifaltes de Los discípulos de Saïs, poseedores
						de una ciencia secreta que iban enseñando a los novicios, a medida que éstos
						iban progresando en su elevación espiritual. Dos maestros importantes para
						Heinrich, ya en un momento avanzado de su formación, serán el geólogo
						y el eremita. El primero es nombrado el “minero de paso” (otro extranjero) que le
						explica la teoría neptuniana de los orígenes del mundo (trasunto de
						su maestro Werner) y que le proporciona un conocimiento de la naturaleza. El segundo
						es el conde Hohenzollern, decepcionado del mundo, por lo cual vive en soledad en
						una gruta. Este aparece bajo la figura del “eremita sabio”, que le alecciona acerca
						de los acontecimientos pasados y futuros de la historia del hombre.  
						Pero el más importante de sus maestros será Klingsor, un Minnesänger
						(“trovador” o “poeta del amor”), al que encuentra ya en Ausburgo en casa de su
						abuelo. Él le revelará su vocación de poeta, desde siempre presentida
						por el joven, y los medios y altas exigencias para realizarla. Dice a Heinrich: “La
						poesía quiere ante todo, que se la practique como un arte riguroso” . Klingsor
						es el padre de Matilde, transcripción de Sophie, y también como ella
						morirá joven, después de haber vivido una extraordinaria historia de
						amor con el joven aprendiz. Poesía y Amor serán el más alto
						grado de iniciación del protagonista, que le depararán madurez para
						su tarea poética.  
						La primera parte acaba con el cuento simbólico narrado por Klingsor, que viene
						a ser como un resumen de lo que hubiese sido la segunda parte de la novela. Este
						cuento es el más largo de todos los que aparecen en la novela, rico en figuras
						simbólicas y alegorías, cuya lectura transporta a un mundo abigarrado
						semejante a un cuadro del Bosco, según la sabia observación de E. Barjau,
						que comparto. En síntesis, los soberanos celestes Sabiduría y Arctur,
						el Azar (semejantes a la primera generación de los dioses olímpicos)
						ceden su trono, después de innumerables peripecias, a Eros y Freya (diosa
						germánica del amor) bajo cuya tutela los humanos, renacidos y felices, vuelven
						a vivir una nueva Edad de Oro. Todos los acontecimientos son cantados por una niña,
						Fábula, que es una alegoría de la Poesía, que con su aparente
						inocencia es diligente, sabia, precisa, que usa continuas estratagemas para su tarea
						de salvadora de la humanidad. La segunda parte de la novela comienza con un largo
						poema denominado “El claustro o el pórtico”, que según las propias
						notas de Novalis era la entrada al reino de los muertos. Astralis, hijo de Matilde
						y Heinrich es el cantor, hombre sideral, según la teosofía. Anotaremos
						los siguientes versos: 
						 
						Goce y melancolía, vida y muerte 
						han encontrado aquí profundo acuerdo, 
						y al que al supremo amor se haya entregado 
						jamás podrá sanar ya sus heridas.  
						 
						Estas palabras están referidas a Heinrich, que aparece ahora bajo la figura
						de un peregrino, que sigue obsesionado por la búsqueda de lo transcendente.
						Como Orfeo irá al otro mundo al encuentro de la amada. La última parte
						del relato es el episodio de su encuentro con Cyane, nueva representación
						de Sophie-Matilde, y que en su vida real fue Julia von Charpentier, hija del director
						de las minas de Freiberg en las que trabajaba Hardenberg con la que proyectaba casarse.
						También se encuentra con el jardinero Silvestre, réplica y doble del
						minero de la primera parte, con el que mantiene un diálogo sobre la Naturaleza,
						una naturaleza de carácter moral, cuyo descubrimiento permitirá la
						eliminación del mal en el mundo. Aquí queda abruptamente interrumpido
						el relato, en medio de una frase.  
						Su amigo, el también poeta Tieck escribe un Epílogo, basado en sus
						recuerdos de conversaciones y en las notas sueltas que dejó Novalis. En dicho
						epílogo dice que El héroe,  
						 
						Después de haber experimentado de nuevo la Naturaleza, la vida y la muerte,
						la guerra, el Oriente, la historia y la Poesía -de un modo nuevo y más
						amplio, en contraposición a como lo había hecho en la primera parte,
						“La espera”- Enrique regresa a su alma como a una patria antigua. De la comprensión
						del mundo y de sí mismo surge el anhelo de la transfiguración.”  
						 
						La transfiguración de Heinrich es su último acto sobre la tierra. Tieck
						considera que éste sería el final de la novela, si la hubiese llevado
						a término. 
						 
						*** 
						No se si la visión que he dado de Novalis puede sugerir un espíritu
						disperso, o un diletante apasionado por todo tipo de saberes, que mezclase en un
						totem revolutum las concepciones del universo de sus contemporáneos.
						Mi intención ha sido otra: sugerir la de un espíritu apasionado, sí,
						pero también poseedor del rigor y la disciplina con los que estudia a los
						filósofos y hombres de ciencia de la época romántica que le
						tocó vivir. En sus Fragmentos (que no tengo ya espacio para comentar
						porque exigirían un nuevo capítulo) reelabora, de manera crítica
						y personal, sus muchas horas dedicadas al estudio. Muchos de estos fragmentos los
						escribió al mismo tiempo que escribía su obra poética y novelada,
						que son una transcripción de sus ideas filosóficas.  
						Quiero referirme, para finalizar y dar un ejemplo paradigmático de lo último
						dicho, a la idea de Unidad que aparece en Novalis bajo las hipóstasis del
						Todo, la Armonía o la Edad de Oro. Para ello hemos de hablar del llamado sujeto
						transcendental desde el cual habla Novalis, en diálogo con Kant y Fichte.
						El pensamiento transcendental se pregunta por las condiciones de posibilidades
						del conocimiento de los objetos. Es decir, cómo es posible que de la pluralidad
						de datos o múltiple empírico del mundo de las sensaciones que captamos
						por los sentidos, resulten objetos con unidad y estabilidad. La filosofía
						transcendental busca el fundamento de la construcción de los objetos de conocimiento.
						Se hace abstracción de los objetos mismos, se transcienden, para buscar
						en el sujeto el principio del conocimiento. Este principio se encuentra en la unidad
						de sujeto y objeto, que es anterior a todo conocimiento. Al transcender
						el mundo de los fenómenos, de las cosas como aparecen al sujeto, nos colocamos
						en el interior del sujeto mismo para conocer la actividad que lo hace posible. Hacemos
						una reflexión y en ella encontramos que sujeto y objeto coinciden en la llamada
						unidad de la consciencia o sujeto transcendental. Este es el Yo desde el que
						escribe Hardenburg, un yo que en su representación es un microcosmos mítico
						que refleja el macroanthropos del universo todo: piedras, animales, plantas,
						aparecidos, hombres y deidades. | 
				 
			 
		 |