Donde todavía prosigue el cautivo su suceso
No se pasaron quince días, cuando ya nuestro renegado tenía comprada
una muy buena barca, capaz de más de treinta personas; y para asegurar su
hecho y dalle color, quiso hacer, como hizo, un viaje a un lugar que se llamaba Sargel,
que está treinta leguas de Argel hacia la parte de Orán, en el cual
hay mucha contratación de higos pasos. Dos o tres veces hizo este viaje, en
compañía del tagarino que había dicho. (Tagarinos llaman en
Berbería a los moros de Aragón, y a los de Granada, mudéjares,
y en el reino de Fez llaman a los mudéjares elches, los cuales son la gente
de quien aquel rey más se sirve en la guerra.) Digo, pues, que cada vez que
pasaba con su barca daba fondo en una caleta que estaba no dos tiros de ballesta
del jardín donde Zoraida esperaba, y allí muy de propósito se
ponía el renegado con los morillos que bogaban el remo o ya a hacer la zalá
o a como por ensayarse de burlas a lo que pensaba hacer de veras; y, así,
se iba al jardín de Zoraida, y le pedía fruta y su padre se la daba
sin conocelle, y, aunque él quisiera hablar a Zoraida, como él después
me dijo, y decille que él era el que por orden mía la había
de llevar a tierra de cristianos, que estuviese contenta y segura, nunca le fue posible,
porque las moras no se dejan ver de ningún moro ni turco, si no es que su
marido o su padre se lo manden. De cristianos cautivos se dejan tratar y comunicar
aun más de aquello que sería razonable; y a mí me hubiera pesado
que él la hubiera hablado, que quizá la alborotara, viendo que su negocio
andaba en boca de renegados. Pero Dios, que lo ordenaba de otra manera, no dio lugar
al buen deseo que nuestro renegado tenía; el cual, viendo cuán seguramente
iba y venía a Sargel, y que daba fondo cuando y como y adonde quería,
y que el tagarino su compañero no tenía más voluntad de lo que
la suya ordenaba, y que yo estaba ya rescatado, y que solo faltaba buscar algunos
cristianos que bogasen el remo, me dijo que mirase yo cuáles quería
traer conmigo, fuera de los rescatados, y que los tuviese hablados para el primer
viernes, donde tenía determinado que fuese nuestra partida. Viendo esto, hablé
a doce españoles, todos valientes hombres del remo y de aquellos que más
libremente podían salir de la ciudad; y no fue poco hallar tantos en aquella
coyuntura, porque estaban veinte bajeles en corso y se habían llevado toda
la gente de remo, y estos no se hallaran si no fuera que su amo se quedó aquel
verano sin ir en corso, a acabar una galeota que tenía en astillero. A los
cuales no les dije otra cosa sino que el primer viernes en la tarde se saliesen uno
a uno, disimuladamente, y se fuesen la vuelta del jardín de Agi Morato, y
que allí me aguardasen hasta que yo fuese. A cada uno di este aviso de por
sí, con orden que aunque allí viesen a otros cristianos, no les dijesen
sino que yo les había mandado esperar en aquel lugar. Hecha esta diligencia,
me faltaba hacer otra, que era la que más me convenía, y era la de
avisar a Zoraida en el punto que estaban los negocios, para que estuviese apercebida
y sobre aviso, que no se sobresaltase si de improviso la asaltásemos antes
del tiempo que ella podía imaginar que la barca de cristianos podía
volver. Y, así, determiné de ir al jardín y ver si podría
hablarla; y, con ocasión de coger algunas yerbas, un día antes de mi
partida fui allá, y la primera persona con quien encontré fue con su
padre, el cual me dijo en lengua que en toda la Berbería y aun en Costantinopla
se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca ni castellana ni de otra nación
alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, con la cual todos nos entendemos, digo,
pues, que en esta manera de lenguaje me preguntó que qué buscaba en
aquel su jardín y de quién era. Respondíle que era esclavo de
Arnaute Mamí (y esto, porque sabía yo por muy cierto que era un grandísimo
amigo suyo) y que buscaba de todas yerbas para hacer ensalada. Preguntóme,
por el consiguiente, si era hombre de rescate o no y que cuánto pedía
mi amo por mí. Estando en todas estas preguntas y respuestas, salió
de la casa del jardín la bella Zoraida, la cual ya había mucho que
me había visto; y como las moras en ninguna manera hacen melindre de mostrarse
a los cristianos, ni tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dio nada de
venir adonde su padre conmigo estaba: antes, luego cuando su padre vio que venía,
y de espacio, la llamó y mandó que llegase. Demasiada cosa sería
decir yo agora la mucha hermosura, la gentileza, el gallardo y rico adorno con que
mi querida Zoraida se mostró a mis ojos: solo diré que más perlas
pendían de su hermosísimo cuello, orejas y cabellos que cabellos tenía
en la cabeza. En las gargantas de los sus pies, que descubiertas, a su usanza, traía,
traía dos carcajes (que así se llamaban las manillas o ajorcas de los
pies en morisco) de purísimo oro, con tantos diamantes engastados que ella
me dijo después que su padre los estimaba en diez mil doblas, y las que traía
en las muñecas de las manos valían otro tanto. Las perlas eran en gran
cantidad y muy buenas, porque la mayor gala y bizarría de las moras es adornarse
de ricas perlas y aljófar, y, así, hay más perlas y aljófar
entre moros que entre todas las demás naciones, y el padre de Zoraida tenía
fama de tener muchas y de las mejores que en Argel había, y de tener asimismo
más de docientos mil escudos españoles, de todo lo cual era señora
esta que ahora lo es mía. Si con todo este adorno podía venir entonces
hermosa o no, por las reliquias que le han quedado en tantos trabajos se podrá
conjeturar cuál debía de ser en las prosperidades, porque ya se sabe
que la hermosura de algunas mujeres tiene días y sazones y requiere accidentes
para diminuirse o acrecentarse, y es natural cosa que las pasiones del ánimo
la levanten o abajen, puesto que las más veces la destruyen. Digo, en fin,
que entonces llegó en todo estremo aderezada y en todo estremo hermosa, o
a lo menos a mí me pareció serlo la más que hasta entonces había
visto; y con esto, viendo las obligaciones en que me había puesto, me parecía
que tenía delante de mí una deidad del cielo, venida a la tierra para
mi gusto y para mi remedio. Así como ella llegó, le dijo su padre en
su lengua como yo era cautivo de su amigo Arnaute Mamí y que venía
a buscar ensalada. Ella tomó la mano, y en aquella mezcla de lenguas que tengo
dicho me preguntó si era caballero y qué era la causa que no me rescataba.
Yo le respondí que ya estaba rescatado y que en el precio podía echar
de ver en lo que mi amo me estimaba, pues había dado por mí mil y quinientos
zoltanís. A lo cual ella respondió:
-En verdad que si tú fueras de mi padre, que yo hiciera que no te diera él
por otros dos tantos; porque vosotros, cristianos, siempre mentís en cuanto
decís y os hacéis pobres por engañar a los moros.
-Bien podría ser eso, señora -le respondí-, mas en verdad que
yo la he tratado con mi amo, y la trato y la trataré con cuantas personas
hay en el mundo.
-¿Y cuándo te vas? -dijo Zoraida.
-Mañana, creo yo -dije-, porque está aquí un bajel de Francia
que se hace mañana a la vela, y pienso irme en él.
-¿No es mejor -replicó Zoraida- esperar a que vengan bajeles de España
y irte con ellos, que no con los de Francia, que no son vuestros amigos?
-No -respondí yo-; aunque si, como hay nuevas, que viene ya un bajel de España
es verdad, todavía yo le aguardaré, puesto que es más cierto
el partirme mañana, porque el deseo que tengo de verme en mi tierra y con
las personas que bien quiero es tanto, que no me dejará esperar otra comodidad,
si se tarda, por mejor que sea.
-Debes de ser sin duda casado en tu tierra -dijo Zoraida- y por eso deseas ir a verte
con tu mujer.
-No soy -respondí yo- casado, mas tengo dada la palabra de casarme en llegando
allá.
-¿Y es hermosa la dama a quien se la diste? -dijo Zoraida.
-Tan hermosa es -respondí yo-, que, para encarecella y decirte la verdad,
te parece a ti mucho.
Desto se rió muy de veras su padre, y dijo:
-Gualá, cristiano, que debe de ser muy hermosa si se parece a mi hija, que
es la más hermosa de todo este reino. Si no, mírala bien y verás
como te digo verdad.
Servíanos de intérprete a las más de estas palabras y razones
el padre de Zoraida, como más ladino, que aunque ella hablaba la bastarda
lengua que, como he dicho, allí se usa, más declaraba su intención
por señas que por palabras. Estando en estas y otras muchas razones, llegó
un moro corriendo y dijo a grandes voces que por las bardas o paredes del jardín
habían saltado cuatro turcos y andaban cogiendo la fruta, aunque no estaba
madura. Sobresaltóse el viejo, y lo mesmo hizo Zoraida, porque es común
y casi natural el miedo que los moros a los turcos tienen, especialmente a los soldados,
los cuales son tan insolentes y tienen tanto imperio sobre los moros que a ellos
están sujetos, que los tratan peor que si fuesen esclavos suyos. Digo, pues,
que dijo su padre a Zoraida:
-Hija, retírate a la casa y enciérrate en tanto que yo voy a hablar
a estos canes; y tú, cristiano, busca tus yerbas y vete en buen hora, y llévete
Alá con bien a tu tierra.
Yo me incliné, y él se fue a buscar los turcos, dejándome solo
con Zoraida, que comenzó a dar muestras de irse donde su padre la había
mandado. Pero apenas él se encubrió con los árboles del jardín,
cuando ella, volviéndose a mí, llenos los ojos de lágrimas,
me dijo:
-¿Ámexi, cristiano, ámexi? (Que quiere decir: ë¿Vaste,
cristiano, vaste?í.)
Yo la respondí:
-Señora, sí, pero no, en ninguna manera, sin ti: el primero jumá
me aguarda, y no te sobresaltes cuando nos veas, que sin duda alguna iremos a tierra
de cristianos. |